15 de abril de 2010

La fidelidad y su enemigo...

 " Fiel amante es el Señor..."
( Ven. Úrsula Benincasa )


La fidelidad y su enemigo...
el " mal oscuro "
( acedia y pereza )
 José Cristo Rey Gª. Paredes, cmf

Soy testigo del quebrantamiento de muchas uniones que se prometían eternas y de la disolución de muchos compromisos que se juraron para siempre. Asistí al matrimonio en el que todos escuchamos emocionados las palabras: “… todos los días de mi vida”. Estuve en aquella profesión en que se decía: “… por un año”, o “… por toda mi vida”. Concelebré en aquella Eucaristía en que el joven presbítero acogió emocionado aquellas palabras del salmo: “Tú eres sacerdote para siempre”. Fui confidente de aquella amistad que era única y se pensaba ser ya suficientísima, o del amor de aquellos hermanos que se decían: “¡siempre unidos!

Pasado el tiempo –a veces “¡muy poco tiempo!”- vi cómo todo se derrumbaba. El “todos los días de mi vida” de la esposa o del esposo tenía una fecha de caducidad. El “por un año” de la primera profesión –celebrada a veces con excesiva solemnidad – apenas llegó a un mes. El “para siempre” de la profesión definitiva –cuya celebración parecía un desafío profético- concluyó con el año. El sacerdote “in aeternum” no logró cuajar, y al año, en unos casos, a los pocos años en otros, a la mitad de la vida en otros, o quiza en la madurez, concluyó su ministerio (celebración, predicación, servicio pastoral).

Lo más preocupante de todo es que la infidelidad llega a nosotros como una señal colectiva y, al parecer, propia de nuestro tiempo, de la era del movimiento. Da la impresión de que no tiene tan mala prensa y que encuentra comprensión por todas partes. Se aceptan los hechos consumados, pero no se alienta la creatividad en la fidelidad. Porque ser fiel es difícil, a veces, no pocas veces, muchas veces. La infidelidad acontece poco a poco, en forma latente. La ruptura se inicia con un pequeño roto que poco a poco se desgarra más, una pequeñísima disfunción, que poco a poco se agrava. Algunas fidelidades aparentes, están ya casi muertas por dentro: ¡infieles en el corazón! Sí, cualquiera de nosotros puede ser infiel. La acusación farisáica a los demás y el regodeo morboso de la prensa del corazón requeriría unas palabras como éstas: “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”.

La fidelidad tiene un gran enemigo en la pereza, en la acedia. Es un freno constante a ella. La fidelidad requiere capacidad creadora, atención, detalle. La pereza hace morir la fidelidad. También tiene otro enemigo: la acedia, llamada también el “mal oscuro”: muchísimas personas la sienten, pero no sabían que éste es su nombre. Pereza y Acedia son dos aspectos contrapuestos de un solo proyecto: ¡destruir la fidelidad! Son los agentes de una guerra oscura, casi guerrilla que al final nos arrebata aquello que más hubiéramos deseado: ¡llegar a realizar aquel bello sueño primero!


¿Qué es la Pereza?

  
La Pereza es un pecado capital que:
  • nada tiene que ver con la dejadez
  • es, más bien, la permanencia en un rechazo de todo impulso hacia un cambio religioso-moral, o hacia la conversión y metánoia.
  • rechaza vivazmente o busca defender obstinadamente la propia inmovilidad, o se opone a toda reforma y renovación. 
  • en el fondo, desespera malévolamente y desconfía de que un nuevo comienzo o un nuevo punto de apoyo pueda aportanos algo. 
  • Con ello la pereza cierra cualquier camino hacia gracia, la salvación, la vocación.

Acedia o el “mal oscuro”

Gabriel Bunge, un monje de nuestro tiempo, lo denomina el “mal oscuro”. Acedia se puede traducir por tedio, ansiedad, aburrimiento, pereza, desánimo, disgusto, languidez, depresión, náusea. Evagrio lo llamó “demonio de medio día”. Hoy se llamaría “virus meridiano”. Ataca –no los viernes y trece-, sino en esos tiempos muertos, en que la gente sestea y baja sus defensas… como si se tratara del “medio día”.


Síntomas de infección son los sigueintes:

  • atonía,
  • pérdida de tensión en el alma,
  • sensación de vacío,
  • aburrimiento,
  • desgana,
  • incapacidad de concentración,
  • ansiedad del corazón.
Llega precedida de la “tristeza” y la “agresividad”: la tristeza surge de un deseo frustrado y, a partir de ahí, se enciende la ira o la agresividad.

Quien tiene el virus de la acedia manifiesta una cierta inquietud interior, que le lleva a desear el cambio, pero no el cambio que sería necesario, sino otro cambio mucho más superficial: ¡cambiar de casa, de trabajo, de amistades, de compañías! ¡Dejar inacabados los trabajos emprendidos! ¡Cambiar de aires! ¡Vagabundear!

La acedia se manifiesta también como temores a la enfermedad, otras veces como deseos de innovación -pero sólo como huida hacia adelante-.

Quien ha sido atacado por la acedia es, en el fondo, una persona que no se aguanta a sí misma, y, por eso, se evade.

La acedia se trasviste de virtud: ¡actividad incansable!, ¡agenda llena! Así se oculta el propio vacío interior. Todo se exagera. Después se ve: no hay amabilidad sino intolerancia, amargura y prisa…

Personas célibes con acedia acusan al celibato de su mal y ven en el cambio la solución. Personas casadas con acedia acusan al otro cónyuge y sueñan en el cambio que todo lo solucionará. La acedia se excusa. Culpa a todo lo exterior. No percibe que nace de dentro: de un amor desordenado a uno mismo. Un supervirus llamado por los antiguos “filo-autía” (amor de sí).

¡Antivirus contra el “mal oscuro”!

El que suele emplearse no sirve de nada: pospone el problema y lo agrava. Se llama “¡distráigase!”. Para ello está la industria de la diversión, de los viajes, evasiones y aventuras. Después se aumenta la dosis, porque una no basta.

Evagrio -un gran padre espiritual del monacato de los primeros siglos cristianos- encontró un antivirus. Se aplica de forma regular. Estos son sus pasos y consejos:

  • curar las malas raíces: trabaja por dominar tus deseos; aprende el arte del ayuno, de la reducción de necesidades; absorbe tu agresividad en el ejercicio del amor;
  • ser paciente: resiste y permanece donde estás, cuando la tentación es huir; pero ¡no con amargura y resentimiento!;
  • abrir el corazón a un padre o madre espiritual; en ese ámbito no es el padre quien hace al hijo, sino el hijo quien hace al padre; siéntete hijo;
  • hacerlo todo con cuidado y medida: haz las cosas a su tiempo;
  • si lloras ante Dios ya estás superando la acedia: se acerca la curación, porque la acedia es el peor enemigo de las lágrimas;
  • oponte al enemigo: no le dejes lugar;
  • haz el ejercicio de la muerte: piensa que todo acaba, que no puedes determinar tu futuro; que no merece la pena agobiarse por un futuro totalmente desconocido.

Pasado el antivirus, llega la paz, la serenidad y una alegría indecible. El hardware puede re-iniciarse y estrenar programas.

  
Cuidar la fidelidad creadora

  
Cuidar la fidelidad día a día es una tarea digna del ser humano:

  • La fidelidad perdona setenta veces siete.
  • La fidelidad se alimenta con la confianza.
  • Se enciende con el amor.
  • Se consolida con el diálogo, el encuentro.
  • Se robustece con el olvido de sí para diluirse…

 ¡Ven, Fidelidad, a nuestro tiempo! Eres la pizca de orden que nos queda en medio del torrencial vértigo de nuestro tiempo. Eres la roca que nos permite hacer pie cuando tantas cosas se desfondan. Tú, nos enseñas a reciclar y reutilizar todo lo que hemos vivido y tenemos. Tú nos haces cumplir todos los años de vida que nos han sido dados. Tú das sentido al para siempre, al siempre y al desde siempre.


La fidelidad nos hace vivir “centrados”. Vivir es moverse y constituirse en torno a un centro. Se encuentra un centro cuando uno haya su vocación y se compromete con ella. Desde ese centro la Vida organiza nuestra vida, la ordena, le da consistencia. La Vida es el Centro presente en todos los centros.

Pero ¡solo en mi pequeño centro, encuentro el Centro “para mí”! ¡Esa es mi vocación! Es normal que un “centro” nunca responda a todas mis expectativas. Lo que sí responde a ellas, es el horizonte al que “mi centro” me orienta: ¡el Centro de mi centro! “Las mejores amistades son aquellas que Dios aglutina”, decía san Agustín. “Los mejores centros, son aquellos que en Dios se centran”, diría yo. Descentrado no es quien no tiene centro, sino el quien abandona y elige otro, para lo mismo hacer mañana. Hay quienes se juegan todo en cada jugada. Alguien les preguntará un día, qué hicieron con los talentos recibidos.


¡Ven, Fidelidad, a nuestro tiempo! Dale verdad a nuestras palabras públicas y solemnes. Haz verdadera nuestra voz, auténticos nuestros gestos.

“Lo dijo y fue hecho”.

En la era del movimiento necesitamos una generación de mujeres y hombres “fieles hasta la muerte”.

En tiempos de fragmentariedad y descentramiento, necesitamos puntos de referencia, personas imágenes de aquel que dijo “Yo soy el que Soy” o “Yo soy el Amén”.

Es una gracia ser fiel. Pero hay que cultivarla y re-crearla día a día, como una planta, como el cuerpo que se entrena, como el funcionario que no falta a su trabajo, como el orante que no falla al encuentro con su Dios.

El que es fiel en lo poco, poco a poco se hace fiel en lo mucho. Pequeñas infidelidades son embajadoras de la gran Infidelidad.

En este siglo XXI ya hemos asistido a terribles actos de terror, guerras, muertes, catástrofes (tsunamis, terromotos), injusticias y empobrecimientos. Pero también ha habido muchos destrozos a causa de las historias de infidelidad.

¡Que acabe la infidelidad y llegue la Gracia!

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PUBLICADO EN VIDA RELIGIOSA Y EN EL PORTAL http://www.ciudadredonda.org/


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