8 de abril de 2010

Y tú, ¿de quién eres?


La Vida Consagrada comporta un pacto con los aspectos más duros de la existencia. También en la soledad. Abrazamos la configuración con Cristo, sabiendo que nos supera, conscientes de que lo nuestro es la tensión por caminar hacia… sin llegar a gustar que lo hemos logrado.

El corazón humano en contacto con Dios, se descubre necesitado y, no pocas veces, solo. Vamos aprendiendo a convivir con la soledad. La situamos, y los más maduros, la convierten en contexto de fecundidad, porque experimentan el corazón lleno de nombres.

El ambiente social nos habla frecuentemente de independencia y con la misma fuerza de encuentro. Nosotros mismos reivindicamos el encuentro, para descubrirnos profundamente independientes.  Se trata de aquello que han diagnosticado algunos autores: “nos encanta estar separados, pero juntos“.

No es ajena a esta tensión la vida consagrada. Tenemos buenas palabras referidas a un nosotros que, en realidad, pueden ser atributos de un “yo“ muy crecido.
Uno de nuestros pecados es aquel de las filias y las fobias. Tan viejo como nuevo; presente en la comunidad de los Hechos de los Apóstoles y en la comunidad del siglo XXI. ¿Estará hoy más crecido?

No deja de ser preocupante nuestro modo de argumentar o valorar dependiendo de quién lo proponga. Nuestra forma de afrontar la vida o una responsabilidad dependiendo de con quien… Nuestra alegría o desánimo, dependiendo de quién nos apoya o nos juzga… La disponibilidad plena, que es nuestra bandera de vida, está menguada con condiciones… porque “depende a quién perteneces”.

En el seno de las congregaciones y órdenes, sin verbalizarse, puede aparecer una pregunta que reduce a la mínima expresión el compromiso religioso: ¿tú, de quién eres? Cuando la respuesta es el nombre de una persona, un círculo de cierto poder, una ideología o un lugar… se hace muy difícil la verdad universal y católica que encierra la consagración. Conjugar dependencia de la misión con la independencia de cualquier presión, es signo de verdad y son pocos los que lo logran. Los consagrados tenemos un buen itinerario de configuración con Cristo: sabemos lo que tenemos que hacer. Todavía más, sabemos que en esa referencia a Él está la felicidad, la que queremos vivir y repartir. La distancia que hay entre lo que queremos y lo que vivimos, nace de los peajes que pagamos a las dependencias o a las medias verdades; a los buenismos y a los juicios inmisericordes. Son distancias que nos sobrevienen por la devaluación de los principios de comunión.

Las hermanas y hermanos que, además, tienen como misión el servicio de animación comunitario reciben en este tiempo un imperativo claro: CUIDAR DE LA DIGNIDAD DE LA PERSONA, DE TODA LA PERSONA CONSAGRADA (Cf. SAO, 13).

Como en tantos otros frentes, en este, también ser hijos de este tiempo nos lleva a no pocos reduccionismos, a gobernar para unos pocos, a escuchar sólo aquello que confirma mi idea, o a silenciar el sufrimiento de quien, por lo que sea, se siente desplazado. Este tiempo… nos pide ensanchar las tiendas, abrir el ministerio, hacernos plurales, acoger la verdad… pero no sólo para quienes somos, sino con quienes somos.
Entonces…. puedes preguntarte: ¿de quién soy?, ¿por quién decido?--- Y liberar tu respuesta de cualquier dependencia o prebenda, cualquier miedo o gratificación…. Si eres del Maestro, ofrecerás luz…”
Cfr. Luis A. Gonzalo Díez, CMF
Director de Vida Religiosa.





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