" El Señor suplirá lo que no puedan tus fuerzas...
Simplemente, confía en ÉL "
( Ven. Úrsula Benincasa )
A menudo valoramos a las personas por sus cualidades en el trabajo. Enrique es excepcional, dinámico y entregado. Luisa tiene una inteligencia fuera de lo común, es valiente e incansable.
La tendencia, sin embargo, es la de trasladar este tipo de valoración a todos los ámbitos de la vida. Y así, nos valoramos los unos a los otros, y a nosotras mismas, con estos mismos criterios.
¿Qué hago bien?
¿Cuáles son mis puntos fuertes?
Si tenemos cualidades, a menudo nos identificamos con ellas. Cuando no las encontramos, surge un tipo u otro de marginación o automarginación.
Michel Buckley, s.j., preguntaba a unos curas jóvenes en una homilía que se hizo famosa: pero vosotros, ¿ya sois lo suficientemente débiles para ser curas? La pregunta y el razonamiento de Buckley sigue siendo actual y aplicable a toda persona cristiana y consagrada.
Cuando Buckley habla de débil, se refiere a vulnerable. Se refiere a la experiencia de sufrir nuestra profunda incapacidad de realizar todo lo que deseamos y como deseamos a pesar de nuestros esfuerzos. Se refiere a la capacidad de vivir con pasión, pathos, haciendo experiencia del miedo, del deseo, de la imposibilidad de asegurar el futuro, de evitar el dolor, la vergüenza o la angustia.
En algún momento de nuestra vida entendimos que era peligroso, no estaba bien, o no suficientemente bien, ser vulnerables. A veces es cuestión de supervivencia. Nuestras relaciones, nuestra educación, nos hicieron entender que teníamos que ser fuertes. Y hoy nuestro entorno se desvive por admirar a las personas por sus cualidades y éxitos.
Jesús no fue un ejemplo de fuerza y éxito. Fue tachado de comilón y bebedor. Lloró por la muerte de su amigo y por la Jerusalén increyente. Buscó refugio en sus amigas y amigos. Vivió las alegrías y padeció los dolores de los hombres y mujeres de su entorno. Sintió pánico ante la muerte que se le avecinaba. Jesús, sobre todo, vivió y amó, y por eso soñó y sufrió. Era vulnerable.
San Pablo decía que cuanto más débil, más fuerte era (cf. 2 Cor 12,10). No se trata de pre-tender ser débiles, sino de vivir nuestra frágil realidad con la alegría de la resurrección, como lugar de encuentro con Dios, la humanidad y la creación.
Mª del Mar Alhajar i Viñas (Publicado en la Revista Vida Religiosa)
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