12 de octubre de 2009

EL JOVEN RICO...




" Despréndete de TODO y de TODOS..."
( Madre Úrsula )



SI QUIERES LLEGAR HASTA EL FINAL...



Si quieres llegara hasta el final, una cosa te falta.

Pero, 

¿de verdad quiero llegar hasta el final?

Y ¿qué sentido tiene emprender una carrera

si no tienes intención de llegar a la meta?



Es ridículo pensar que Dios 

nos exige renunciar a algo.

No se trata de renunciar, sino de elegir bien.

Pero el secreto de toda buena elección 

es el conocimiento.

Tomar conciencia de lo que es mejor

será el primer paso.



Cuando queremos alcanzar dos metas a la vez,

el fracaso está asegurado.


La plenitud de ser y las seguridades

son incompatibles,

Nunca podremos armonizarlas.

¿ Cuáles son las seguridades 

que te impiden ser de Cristo?

¿ Dónde está tu tesoro ?


ALGO NOS FALTA

El cambio fundamental al que nos llama Jesús es muy claro. Decidirse a dejar de ser un hombre egoísta que ve a los demás en función de sus propios intereses para atreverse a iniciar una vida fraterna en la que uno se ve a sí mismo en función de los demás.

Por eso, a un hombre rico que observa fielmente todos los preceptos de la ley, pero que vive encerrado en sus propias riquezas, le falta algo esencial para ser su discípulo: compartir lo que tiene con los desposeídos.

Hay algo muy claro en el evangelio de Jesús. La vida no se nos ha dado para hacer dinero, para tener éxito o para lograr un bienestar personal, sino para hacernos hermanos. Si nosotros pudiéramos ver el proyecto de Dios con la transparencia con que lo veía Jesús y comprender con una sola mirada el fondo último de la existencia, nos daríamos cuenta de que lo único importante es crear fraternidad.


El amor fraterno que nos lleva a compartir lo nuestro con los necesitados es «la única fuerza de crecimiento», lo único que hace avanzar decisivamente a la humanidad hacia su salvación. El hombre más logrado no es, como se piensa, aquél que consigue acumular mayor cantidad de dinero, sino quien sabe convivir mejor y de manera más fraternal.

Por eso, cuando un hombre renuncia poco a poco a la fraternidad y se va encerrando en sus propias riquezas e intereses, sin resolver el problema del amor, termina fracasando como hombre. Y aunque viva observando fielmente unas normas de conducta ética, al encontrarse con el evangelio, descubrirá que en su vida no hay verdadera alegría. Y se alejará del mensaje de Jesús con la misma tristeza que aquel hombre que «se marchó triste porque era muy rico».


Los cristianos somos capaces de instalarnos cómodamente en nuestra religión, sin reaccionar ante la llamada del evangelio y sin despertar ningún cambio fundamental en nuestra vida. Hemos convertido nuestro cristianismo en algo poco exigente. Hemos «rebajado» el evangelio acomodándolo a nuestros intereses. Pero ya esa religión no puede ser fuente de alegría. Nos deja tristes y sin consuelo verdadero.


Ante el evangelio, hemos de preguntarnos sinceramente si nuestra manera de vivir, de ganar y de gastar el dinero es la propia de quien sabe compartir o la de quien busca sólo acumular. Si no sabemos dar lo nuestro al necesitado, algo esencial nos falta para vivir con alegría cristiana.



UN VACÍO EXTRAÑO


Vivimos en la «cultura del tener». Esto es lo que se afirma de diversas maneras en casi todos los estudios que analizan la sociedad occidental. Poco a poco el estilo de vida del hombre contemporáneo se va orientando hacia el tener, acaparar y poseer. Para muchos es la única tarea rentable y sensata. Todo lo demás viene después.


Ciertamente ganar dinero, poder comprar cosas y poseer toda clase de bienes produce bienestar. La persona se siente más segura, más importante, con mayor poder y prestigio. Pero cuando la vida se orienta sólo en la dirección del acaparar siempre más y más, la persona puede terminar arruinando su ser.


El tener no basta, no sostiene al individuo, no le hace crecer. Sin darse cuenta, la persona va introduciendo cada vez más necesidades artificiales en su vida. Poco a poco va olvidando lo esencial. Se rodea de objetos, pero se incapacita para la relación viva con las personas. Se preocupa de muchas cosas pero no cuida lo importante. Pretende responder a sus deseos más hondos satisfaciendo necesidades periféricas. Vive en el bienestar pero no se siente bien.


Éste es precisamente uno de los fenómenos más paradójicos en la sociedad actual: el número de personas «satisfechas» que terminan cayendo en la frustración y el vacío existencial. Desde su amplia y reconocida labor psicoterapeuta, Viktor Frankl ha mostrado la razón última de este «vacío existencial». Cogidas por el bienestar, estas personas olvidan que, para desplegar su ser, el individuo necesita salir de sí mismo, servir a una causa, entregarse, amar a alguien, compartir. Sin esta «auto-trascendencia» no hay verdadera felicidad.

De este vacío no libera ni la religión cuando también ella se convierte en objeto de consumo. La persona «tiene» entonces una religión, pero su corazón está lejos de Dios; posee un catálogo de verdades que confiesa con los labios pero no se abre a la verdad de Dios. Trata de acumular méritos pero no crece en capacidad de amar.

Es significativa la escena evangélica. Un rico se acerca a Jesús. No le pregunta por esta vida pues la tiene asegurada. Lo que quiere es que la religión le asegure la vida eterna. Jesús le habla claro: «Una cosa te falta: liberarte de tus bienes y aprender a compartir con los necesitados».


UN DINERO QUE NO ES NUESTRO


En nuestras iglesias se pide dinero para los necesitados, pero ya apenas expone hoy nadie la doctrina cristiana que sobre el dinero predicaron con fuerza teólogos y predicadores como S. Ambrosio de Tréveris, S. Agustín de Hipona o S. Bernardo de Claraval.

Una pregunta aparece constantemente en sus labios. Si todos somos hermanos y la tierra es un regalo de Dios a toda la humanidad, ¿con qué derecho podemos seguir acaparando lo que no necesitamos, si con ello estamos privando a otros de lo que necesitan para vivir? ¿No hay que afirmar más bien que lo que le sobra al rico pertenece al pobre?


No hemos de olvidar que poseer algo siempre significa excluir de aquello a los demás. Con la «propiedad privada estamos siempre "privando a otros de aquello que nosotros disfrutamos".


Por eso, cuando damos algo nuestro a los pobres, tal vez estamos en realidad, restituyendo lo que no nos corresponde totalmente. Escuchemos estas palabras de S. Ambrosio: «No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común es de todos, no sólo de los ricos... Pagas, pues, una deuda; no das gratuitamente lo que no debes».


Naturalmente, todo esto puede parecer idealismo ingenuo e inútil. Las leyes protegen de manera inflexible la propiedad privada de los grandes potentados aunque dentro de la sociedad haya pobres que viven en la miseria. S. Bernardo reaccionaba así en su tiempo: «Continuamente se citan leyes en nuestros palacios; pero son leyes de Justiniano, no del Señor».


No nos ha de extrañar que Jesús, al encontrarse con un hombre rico que ha cumplido desde niño todos los mandamientos, le diga que todavía le falta una cosa para adoptar una postura auténtica de seguimiento a El: dejar de acaparar y comenzar a compartir lo que tiene con los necesitados.


El rico se alejó de Jesús lleno de tristeza. El dinero lo ha empobrecido, le ha quitado libertad y generosidad. El dinero le impide escuchar la llamada de Dios a una vida más plena y más humana.


«Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios». No es una suerte tener dinero sino un verdadero problema. Pues el dinero nos cierra el paso y nos impide seguir el verdadero camino hacia la vida.

Publicado en http://lamparaestupalabra.blogspot.com/

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